( Poema II de " Mares ")
Enfrente, la mano tendida hacia donde vos ya no me veías pero yo te recupero, estaba el monasterio de jeronimos.
- Adiós, adiós -, querrá decir para siempre, lugar donde me parieron, estuario mío donde crecí los anhelos más violentos y las más dulces torpezas?
Puerto, puerto de los Buenos Aires que me desandaste, mi mano crece en el abrazo de largas corrientes cálidas y nutricias, y te tengo dentro y es lo bueno (...).
Y vino el mar de Efeso, con cabras, pastores, estatuillas, Heráclito y vos, cada vez más lejos mi río, de mis ocasos, tormentas y miserias.
Y la iluminación del Tiberíades, las piedras de la sed, las capricornianas piedras de los cristos y la demencia, pero ya el cáliz estaba roto y los anillos sumergidos en las proas dormidas donde anidan los minotauros y atlantes del silencio que jamás devolverán la sortija que nunca nos pusimos pero que seguí buscando por las fabulosas playas de los tirrenos y los jonios y también en la estela de gaviotas que persigue a las almas de los marineros que no pagaron las putas en el Cabo de Buena Esperanza donde el mar se estremecía hasta la entraña para que yo viera desde el fondo que no se juega con fuego.
Ahora, en tanto divago por los mares de los piratas, los hexagramas mutantes en el lomo de las tortugas (...); o por este mar de Japón negro, rocoso, turbio, sólo testimonio de la soledad en que evoco los mares de mi tránsito, la mañana del nueve de agosto de mil novecientos setenta y nueve en la que mi cachorro Tango y yo, a mis cuarenta años y en el uso cual tengo de mis facultades hasta hoy, saludamos las aguas, conmovidos.
Futoransky, Luisa. Partir, digo. Madrid: Libros del Aire, 2010, pp 61 - 62.
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